Porque hablando se entiende la gente, que los políticos dialoguen, hablen y consigan acuerdos. ¡A mi la Mediación!
Son las dos de la madrugada del día veintiuno de diciembre de 2015. Ya me he cansado de hacer números, cuentas, sumas, análisis: me voy a dormir. Mañana seguro que todo se ve más claro. O no.
El resultado electoral de esta noche ha dejado un parlamento que, grosso modo, nos recuerda -a los más mayores y a los que nos gusta y disfrutamos del mundo de la política- a los primeros compases de nuestra democracia, allá por 1977.
No tengo ninguna duda de que los ciudadanos, libremente, han decidido una fragmentación parlamentaria con una sola finalidad: que los políticos dialoguen, hablen y consigan acuerdos que tengan en cuenta los intereses de todas las partes implicadas, de todos los ciudadanos.
En esta situación, los elegidos tendrán que cambiar sus formas y los canales de comunicación. Es un tiempo nuevo –o casi- en la política española.
Y es por eso por lo que me voy contento a dormir.
La propia necesidad de diálogo, de negociación, de mediación, en definitiva, que vivirán nuestros políticos ha de servir para que, de una vez por todas, los ciudadanos conozcan las ventajas inherentes a esta herramienta eficaz, eficiente y efectiva que es la mediación cuando de superar escollos se trata y cuando, pese a ellos, las relaciones han de mantenerse vivas y encaradas al futuro.
Los principios en los que se basa la negociación, la mediación y los sistemas de resolución de conflictos se van a convertir en los próximos días en los pilares maestros sobre los que los responsables políticos deberán construir los acuerdos y compromisos necesarios para que los españoles no nos veamos salpicados por el desgobierno.
Veremos cómo algunos empiezan a aprender a escuchar. Veremos cómo otros aprenden a crear diálogos constructivos. Observaremos cómo casi todos están dispuestos a ceder sin vencer. Podremos ver cómo algunos defienden sus intereses superiores y otros sólo defenderán sus posiciones y pelearán sólo por sí mismos y por sus idearios.
Con esos mimbres, no tengo ninguna duda de que cualquiera de las formaciones deberá contar con auténticos profesionales de la negociación (y aquí no sólo vale Harvard), con comunicadores expertos, empáticos y conocedores de las herramientas básicas de la mediación.
Los resultados electorales de esta noche prenavideña han de ser entendidos, si queremos ser respetuosos con los ciudadanos –votantes y no votantes-, como una muestra de madurez democrática de una sociedad que, en muchos aspectos, va por delante de sus representantes políticos.
Casi cuarenta años después de las primeras elecciones democráticas que han conocido casi el 100% de los españoles vivos, hemos vuelto a la casilla de salida: la fragmentación parlamentaria. Si no pasó nada entonces, no tiene por qué pasar nada ahora. Si entonces la situación se superó con muy buena nota, mañana tendrá que superarse incluso con matrícula de honor. Somos ya varias las generaciones formadas en democracia y a nosotros nos corresponde participar en las soluciones no adversariales, en las soluciones negociadas. Nadie nos debe “iluminar” el camino. Nos valemos y nos bastamos solos. Somos personas inteligentes, no personas con su capacidad modificada por decisión judicial (antes, incapacitadas).
No pretendo -ni siquiera me lo planteo- que las negociaciones postelectorales se realicen por expertos imparciales, por mediadores (eso sería algo utópico, un desiderátum) con independencia de los distintos partidos políticos.
Lo que me encantaría plantear es la necesidad, a la vista del nuevo panorama sociopolítico, de que todos y cada uno de los partidos políticos tuvieran entre sus filas –entre sus dirigentes con capacidad de alcanzar acuerdos- más personas con estos conocimientos. Con ello garantizaríamos que todas las variables se han estudiado, se han trabajado, se han negociado, se han discutido y, casi con total seguridad, podríamos ver que se alcanzan acuerdos satisfactorios para todos.
¿Por qué? Sencillo, porque en un proceso de negociación (mediación) llevada a cabo por profesionales se llega al interés y se abandonan las posiciones; se busca la necesidad y se dejan de lado las pretensiones accesorias; se llega al compromiso y se olvida la imposición; …
Ahora bien, nada de esto será posible si los implicados no aceptan voluntariamente las reglas del juego: seriedad, lealtad, buena fe, compromiso con el acuerdo y respeto mutuo.
La pelota está en el tejado de nuestros representantes.
Este día veinte de diciembre se nos ha adelantado ese “señor orondo vestido de rojo” nos ha dejado, a modo de regalo, la oportunidad de demostrar (ya va tocando) nuestra capacidad de actuar en favor de nosotros mismos y no en contra de nuestros propios intereses. Es hora de superar, de una vez por todas, la tercera ley fundamental de la estupidez humana, formulada allá por 1988 por el historiador económico italiano Carlo Cipolla, en un artículo titulado Allegro ma non troppo. Para quienes no la conozcan, esta ley se enuncia de la siguiente manera: “Una persona estúpida es aquella que causa daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí o, incluso, obteniendo un perjuicio propio”.
Siguiendo al citado Cipolla y su clasificación de los ciudadanos entre inteligentes (benefician a los demás y a sí mismos), incautos (benefician a los demás y se perjudican a sí mismos), estúpidos (perjudican a los demás y a sí mismos) y los malvados (perjudican a los demás y se benefician a sí mismos, ha llegado el momento de conseguir que quienes nos representen se encuadren y puedan ser considerados en el primer grupo cipolliano: los inteligentes. Nos podemos permitir algún (algunos) incautos. En modo alguno nos podemos permitir como sociedad es que, entre los “elegidos”, haya estúpidos y, menos aún, haya malvados.
Señorías, no lo duden. Si lo necesitan, griten: ¡A mí un mediador! Y allí aparecerá alguno para poner luz.
Deseo, por el bien de todos, que los representantes políticos recién elegidos actúen siempre iluminados por los principios de la negociación colaborativa y de la mediación. Es su deber. Es su obligación. Es nuestra responsabilidad.
Porque para que todos ganen, no hace falta que nadie pierda.
Porque se puede ceder sin perder.
Porque hablando se entiende la gente.
¡A mí la mediación!
Pablo Corrales Aragón Abogado y Mediador en Acuer2 Toledo @pjcorrales